“Upa la divina” es una pequeña colina crecida al abrigo  de la gran sierra de Aitana, que extiende sus brazos hasta el mar. Al este se sitúa el Puig Campana como una mano que recoge las brisas del Mediterráneo, dándole a toda la cadena montañosa un suave clima y una ventana al gran azul.

Upa se siente afortunada por vivir en tan singular lugar del planeta y sus primos los Castellets, que dibujan con  sus crestas un dragón delante de ella, le proporcionan alegría, juego y buena fortuna.

Ahí llevaba millones de años puliendo y erosionando sus aristas de roca caliza en un tiempo fuera del tiempo, que es el tiempo de las montañas…y se había ido acostumbrando durante los últimos miles de años a sentir desde su cumbre los ruidos de las actividades humana.

Pero  llegó un día, un día y una experiencia que marcarían un antes y un después en su vida…

Sucedió que una mañana del fin del invierno empezó a escuchar algo olvidado por sus células de montaña, un silencio placentero que empezó a despertar su inconsciente ecológico y su memoria ancestral.

Al cabo de unos días de empaparse de este silencio, un sonido sutil se dejó sentir más profundamente  que el propio silencio tan conocido: era el susurro que emitían las montañas  al comunicarse entre ellas. Upa, como pequeña de la familia, escuchaba atenta y curiosa las conversaciones. Parecía que había llegado un periodo crucial en la vida del planeta, un momento en el que   estos seres antiguos, las montañas,  tenían que actuar pues llevaban en sus memorias los grandes ciclos de la vida y conocían la esencia de la trama de la vida.

 En estos momentos las grandes y pequeñas montañas activaban su red de comunicación entre regiones, continentes ayudados por mares y océanos, consolidando su compromiso con la vida. En millones de años de existencia habían visto  grandes cambios y extinciones de especies;  ahora querían poner al servicio su energía para que en esta ocasión la vida pudiera continuar su proceso evolutivo, a ser posible manteniendo y regenerando lo que la tierra había creado hasta ese momento, incluida la especie humana que era la primera que tenía  que hacer cambios en sus relaciones sistémicas.

Entonces trazaron un plan estratégico y comenzaron a emitir sus  frecuencias   que armonizaban las profundidades de la tierra con las cumbres de todas las montañas del planeta para dar equilibrio y contención  al gran sistema planetario. Los Andes, las Montañas Rocosas, el Himalaya, las montañas del Cáucaso, las montañas de Virunga….todas a una comenzaron su canto de unidad.

Los seres  humanos que estaban en la onda empezaron a percibir una fuerza extraordinaria que subía por sus pies y traía imágenes y visones del “cielo en la tierra”, de calma y paz.

La belleza se hacía más presente, la armonía se sentía más profunda, los proyectos regenerativos comenzaron a consolidarse y a extenderse por la faz de la tierra arropados por las grandes cordilleras, las elevadas montañas, las humildes y aromáticas colinas. Los montes deforestados se iban reforestando y resurgían hermosos bosques que exhalaban fitoncidas mejorando el sistema inmunitario de los humanos que regresaban a la naturaleza recuperando la salud y la alegría.  

El canto de las montañas bañaba la tierra como una nana tranquilizadora y todos los seres unidos por la melodía danzaban, entretejiendo una nueva red con la vida en el centro.

                (Canto de los apus)….                                                                        Belén Mayam –mayo 2020-.

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